20090920

Que se llama Soledad...






Hay ciertas horas de la madrugada que están hechas para la melancolía...




Escuchar música, acariciar el teclado con cierta admiración, escuchar la lluvia, poner atención a los sonidos nocturnos, esperar la luz de día, y también pensando seriamente entre caer en el cliché, mantener una esperanza de que el sueño venga a cubrir todo lo que nos duele recordar.

Los mejores recuerdos causan cierto dolor ¿es eso parte de la melancolía? el pensar a estas horas sobre los momentos más felices, se torna más bien en personas que nos han acompañado a lo largo de esos instantes. Una ceja levantada, una mirada, una sonrisa, una voz, un aroma, un sentimiento intranquilo en el estómago, y si tenemos suerte una mirada al cielo (estrellado, nublado, azul... whatever!)

Cuando se acerca el tiempo final de las tinieblas, tendemos a hacer el amor con nuestra mente. Poner las canciones que nos despiertan los párpados y nos hacen querer escuchar una vez más esa preconciencia que nos dice desde muy adentro, que quizá esos tiempos que anhelamos todavía pueden ser...

Pero no. Si bien es cierto que para todo hay niveles, los recuerdos solamente deben permanecer en el infierno, quemándose, gritando y llenando cada poro con su peste. Los recuerdos pertenecen irremediablemente al nivel del "FUE", porque ese es el lugar seguro donde los guardamos; ese es el lugar dónde sabemos que no pueden hacernos daño, y que lo único que pueden obtener de nosotros es una sonrisa o un movimiento negativo de cabeza para ahuyentarlos. Sin embargo, luego llega la madrugada, las canciones, las lecturas olvidadas, la necesidad de hablar, las películas elegidas por un ordenador masoquista que sabe que están hechas para verse en silencio y acompañado por la nada; llegan los errores, los minutos encimados y el insomnio con tanto ahínco evitado. ¡AH DEL INSOMNIO! es allí donde abrimos la puertecilla del estómago, y dejamos salir a los recuerdos. Los desempolvamos un poco, les quitamos la inmundicia, y los dejamos hablar, los dejamos escupir en nuestras caras, picar nuestros ojos y burlarse de nuestras lágrimas. Les damos libertad para andar por la casa, brincar en nuestra cama y echar a perder nuestra comida, para que cuando estén cansados, se den a la tarea de enviarnos a dormir, arroparnos y finalmente entrar por nuestra boca para dejar libre paso a nuestro inconciente, que para hacernos sentir menos miserables, crea una trama inacabable de sueños hermosos dónde todo lo que queremos se hace realidad y el pasado se torne en el futuro, pero de una forma aún más melodiosa.

¿Pero qué es peor? ¿Recordar o crear? ¿Pensar en lo que ya fue o en lo que nunca será? Lo peor definitivamente es el insomnio, hombrecillo de piernas cortas que te aconseja mal en las madrugadas y te deja soñar por las mañanas mientras te muele a cachetadas. La mejor receta jamás vendida: Sueño desmedido, dolor intenso de cuerpo y un nivel de soledad alarmante… ¿Realmente se llama Soledad?